lunes, 30 de noviembre de 2020

Escalera al Cielo

 



Las escaleras, normalmente estrechas y espiraladas, hechas de diferentes materiales (como mármol, cemento, madera), son estructuras renuentes en los escenarios de mis sueños. 

En mi onirismo las recorro, curiosa, convencida de que me llevan a un lugar más seguro, ideal. A veces las subo estrepitosamente, porque un peligro disfrazado de captor quiere alcanzarme.  Por algún motivo, en determinado momento de mi ensoñación subo y bajo escalones de todos los tipos, tamaños, colores. 

Una vez, vestida con una pollera de tul blanco y una seda cubriéndome el torso, estaba atravesando un bosque neblinoso, corriendo porque un hombre me perseguía. No conocía su identidad ni sabía cómo era su cara, pero le adivinaba un arma en su mano y estaba segura de que quería usarla conmigo. Corría y corría, hasta llegar a la entrada de un bello Palacio, cuya entrada ornamental guiaba al ingresante a una escalera de mármol que parecía interminable. Era el Palacio Barolo, resto diurno esperable porque había trabajado en aquella maravilla del Art Nouveau durante un año. 

Enseguida subía, la escalera daba vueltas y vueltas, me detenía de vez en cuando a sujetarme de la baranda mirando hacia abajo para vigilar al hombre armado. No lo veía, nunca lo vi, solamente sabía que estaba cerca y ocupado en encontrarme. Podía escucharlo respirar, sentirlo a punto de apoyar su mano en mi hombro y detenerme, o empujarme, o lo que sería peor: dispararme en el mismo instante en el que me tuviese al alcance. 

Continuaba recorriendo las escaleras infinitas del Palacio Barolo, los mil cuatrocientos diez escalones que tenía delante, cada vez más agitada en mi delirio persecutorio. Aún atravesaba el Infierno, cuando escuché el sonido de un disparo, proveniente de varios pisos más abajo pero que se oyó como si hubiese ocurrido a metros mío. No podía ser, pensaba, no había nadie internado en aquel rascacielos latino, era sólo yo poblando el desértico escenario dantesco ¿Quién lo habría matado? 

Mi perseguidor se había suicidado, pensé. Por alguno de esos avatares de los sueños, lo sabía sin que nadie me lo hubiese dicho. Estaba fracasando en su misión de alcanzarme y, derrotado, le había puesto fin a su vida con una pistola Bersa (modelo 62). Eso me supuso una sensación de alivio que desapareció pronto…  De seguro vendrían por él, por su cuerpo; ese tipo de hombre no trabaja solo, responde a alguien o a algo. Nuevamente sentía que debía seguir subiendo, continuar corriendo, llegar hasta la punta. 

Las escaleras eran cada vez más estrechas y luminosas. El mármol brillaba, las terminaciones de las barandas lucían más doradas que nunca. Estaba bien en lo alto, había llegado al Cielo. Descubrí un mirador, iluminado, por un faro cuya luz blanca me enceguecía. Me acerqué a contemplar la panorámica del bosque que había atravesado en plan de fuga. 

No sé cuánto tiempo estuve allí, pero recuerdo que la blanca seda y el tul que me vestían se habían esfumado. Estaba desnuda, limpia, elevándome entre las nubes hasta aparecer a los pies de una nueva escalera. Era lo suficientemente angosta como para que sólo una persona la transitara. Podía contar hasta diez escalones porque, luego de aquellos, la luz era tan intensa que no me permitía divisar nada más. El contraste entre el celeste intenso del firmamento, el ocre brillante de las barandas, y la luminiscencia de los escalones presentaban una vista impresionante y real. Consideré que una escalera así de infinita debía de llevarme a Dios. Tenía que subirla. 

A medida que avanzaba, escalón tras escalón, miraba mis pies tornarse traslúcidos. Podía ver a través de mi cuerpo, cual fantasma, mientras mi cabello desaparecía dejando un halo luminiscente alrededor de mi cabeza. Diáfana, cada vez más liviana. 

Así continué un rato hasta que llegué a la Cima. En ella me encontré con un espejo, en el que al mirarme volvía a tomar forma mi cuerpo, pero con una novedad: dos alas habían brotado de mi espaldas. Alas blancas, enormes. Me había convertido en un ángel, o eso suponía. Mientras me embelesaba con mi figura etérea oí un disparo, proveniente de mucho más abajo, y sentí la puntada de un proyectil atravesando uno de mis flancos plumosos.  Fue tal el dolor, que vi al espejo devolverme un gesto de horror, mientras notaba en el reflejo como una de mis alas se teñía de sangre. Caí en picada, arrojada por fuera de la escalera, por largo rato hasta terminar en el piso del bosque. Estaba desnuda, con un ala escarlata y atravesada, yacía en la tierra con mis ojos mirando al Cielo, con el aura todavía encendida. 

Recuerdo que al despertar de ese sueño, al que caratulé de pesadilla, revisé mi espalda como sintiendo que de verdad tenía una herida. Lógicamente, encontré mi piel losana y sin rastros de ningún proyectil o rasguño. Pero mis piernas dolían, como si de verdad hubiese subido una de aquellas tremendas escaleras. 

He buscado significados a mis escaleras, en libros y análisis de mi terapeuta. No importa cuántas explicaciones argumenten, siguen siendo el escenario más renuente de mis sueños. 












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