domingo, 18 de octubre de 2020

El acto de amor más grande: Ser mamá


Para quien no lo sepa, en Argentina (y en muchos otros países) estamos celebrando el Día de la Madre. Esta celebración se la debemos al calendario litúrgico que celebraba la festividad de la maternidad de la Virgen María en octubre.

La maternidad siempre me ha convocado a reflexionar, porque considero que es un fenómeno de inmensas dimensiones. Además de que conozco a muchas madres, como mi hermana, cuñadas, tías, primas, amigas, y más. Hay una a la que conozco en total profundidad, la mía: Mirta, mi protectora. 

Siempre he creído que la maternidad es algo maravilloso y digno de ser contemplado, es como arte en movimiento y, por eso, me encanta la idea de retratarlo. Percibir la movilización de un colectivo de emociones y sentimientos que ocurren en el oficio y pasión de ser mamá, sentimientos que todos tenemos pero a la vez son distintos a esos porque es otra la intensidad y es otro el objetivo. 

Podemos replantearnos si la maternidad es algo natural, algo que viene con nosotras o algo que es impuesto a las mujeres en general; con la suposición de que una mujer, por el solo hecho de serlo, debe de realizarse como madre.  Cosa del todo incorrecta, ya que un acto con estas dimensiones debe carecer de todo egoísmo y contar con una nobleza que solo puede darse si se es madre por elección.

Todos ocupamos roles diferentes, tenemos diferentes uniformes y adoptamos diferentes formas. Somos un mismo cuerpo, una misma identidad, pero con un gran abanico de capacidades diferentes y escenarios en los que nos desempeñamos. Por lo que he advertido, quien es madre ocupa un rol que atraviesa a todos los demás; he encontrado en estas mujeres que su principal preocupación y anhelo está depositado en el objetivo de criar a su hijo y de que éste esté a salvo y feliz. Aquí sí podemos ver algo instintivo, en mi opinión, relacionado con esto de mantener a salvo a la cría y buscar su supervivencia: Lo notamos en las hembras. Pero nosotros le incorporamos el componente de felicidad, donde perseguir la sonrisa de un hijo genera una revolución interior en las madres que deviene en la perpetuidad de su propia sonrisa. 

La felicidad es metafísica, va más allá de la conservación, de la salud. Se convierte en un componente que suele unir los diferentes fragmentos de nuestra vida con un saldo de satisfacción. Y, de niños, la militante de nuestra felicidad es nuestra madre. Sí, así de importante es.

He notado que la felicidad del hijo es la felicidad de la madre. Hay un regocijo y sensación de orgullo en sus logros, como si los disfrutase aún más que él (cosa que aseguro he notado) y un dolor supremo ante su dolor. Esa alteridad en el vínculo se convierte, para mí, en el más elevado de los valores.

Amerita decir, a esta altura de mi redacción, que no todas las maternidades son felices o se viven de la manera en la que suponemos que algo así es o debe ser vivido. Habrá que vigilar el no caer en una mirada inquisidora sobre estas mujeres que, en varios casos, no pueden ejercer su rol y esto es debido a muchas razones. Tal vez la falta de educación, tal vez una profunda angustia sin salida y sin un entorno contenedor. La maternidad obligada es algo terrible, para el niño y su progenitora. 

Hay quienes han planificado su maternidad y quienes se han encontrado con sorpresa en esta situación. Hay quienes han querido ser madres desde siempre y quienes eligen no serlo. 

Lo que he notado es que, sin distinciones, la maternidad no es a la ligera y no es algo común y corriente. Es algo que transforma a los seres, que transforma el mundo. Podríamos disertar día entero en torno a esto y podría escribir varios cuentos. Pienso hacerlo.

Me convenzo, cada vez más, de que el acto de amor con mayor enormidad es el de ser mamá. Sin serlo puedo entenderlo, al menos parcialmente, mérito de mi madre que motiva esta apreciación. 

El amor que puebla el pecho de una madre, que emociona sus ojos,  que se evidencia en su tacto y sus actos abnegados, es y será el hecho más importante -y fundacional- de este mundo humano como lo conocemos. Hecho que, desde su mismo comienzo en el seno materno, da origen a una nueva historia, a una enorme incógnita y muchos anhelos, porque encierra en sí mismo a todas las leyes del Universo. Porque desde que una madre es madre, se convierte en una familia. 

En este día, continúo asombrándome y admirando a estas mujeres que han decidido -en este mundo caótico y hostil- apostar a la crianza de un hijo, ser amables y ser fieras, ser verdaderas enemigas de quien quiera poner en riesgo a su cría y ser las primeras en encender una vela y elevar oraciones por el ser que ocupa el protagónico. Y, como ya saben, hay valentía en la ternura. Sobretodo en esa ternura.


¡Feliz día a todas las madres!




      Natalia A. López


2 comentarios:

  1. Hermoso... totalmente identificada en ese decir que me ayuda a ponerle un sentido escrito a mis emociones... gracias por estás sabias palabras..

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    1. Gracias a vos, Gise, por leerlas y darles vida a través de tus emociones. Justamente de eso se trata. Si sentiste algo lindo mientras me leías, entonces mi labor está cumplida! Un beso, gi, gracias por tu apoyo y tu amor incondicional. Te adoro y amo a Juani <3

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